Terminé con mi novio que ni a novio llegaba, ni terminé yo.
No sé por qué me pegó tanto, me sentí tan mal, como si hubiera fracasado, cuando el fracaso no existe, cuando no hay pérdida sino aprendizaje, y bueno, sí sé que puede doler, pero sólo eso, la cuestión es que mi sentir fue mas que eso.
Así que un día desperté, a las 5 de la mañana, después de haber vivido los tres días mas largos de mi vida, con ataques de ansiedad y pensé que no lo lograría en el DF. Preparé una pequeña mochila, con ropa para 4 días, una navaja, traje de baño y me fui a la terminal de Observatorio, no sabía a dónde ir, ni qué hacer, sólo sabía que la ciudad me consumiría, que terminaría hablándole y llorando y él me rechazaría de la forma mas tranquila y cruel que pudiera (cruel porque me habla de forma muy comprensiva, como si quisiera darme consejos, como si le importaran mis sentimientos, que tal vez le importan pero no como esperaba).
Tomé un camión hacia Michoacán, a una zona que no conocía ni por casualidad, en la sala de espera, conocí a tres mujeres, todas impresionadas de que viajara sola y sin rumbo, sentí la solidaridad de clase, de sexo. Me ofrecieron compartir sus destinos, todas viajaban por separado, con diferentes historias pero con la misma solidaridad, ese fue el primer indicio de que hacía lo correcto. Siempre me había dado miedo viajar sola, aunque fuera a encontrar a alguien del otro lado, esta vez no, no había nada peor que quedarme. Llegué a considerar sus ofertas, pero terminé declinándolas aunque intercambiamos teléfonos por cualquier cosa.
Este blogg ha intentado ser sobre muchas cosas, pero no ha funcionado... supongo que porque intento sólo reducirme a un tema... así que, aunque le daré prioridad a mi huerto, será de lo que se me ocurra... a ver si no sucede como mi mamá dice "el que mucho abarca, poco aprieta". Algo muy importante es que estoy en la ciudad monstruo, la ciudad de México... odio leer los blogs de españoles que nombran a las cosas de formas tan raras...
miércoles, 30 de julio de 2014
domingo, 13 de julio de 2014
Sobre la pobreza espiritual… mi pobreza.
Toda mi vida he estado expuesta a limitantes económicas y al mismo tiempo he convivido con personas que si bien, no viven en la opulencia, sí tienen solvencia económica.
Desde que era niña, siempre tuve buenas calificaciones, me creía merecedora del poco dinero que me daban, un poco para pasajes y copias y no sé de qué forma lo hacía que rindiera para algo mas, muchas veces sentía enojo de que no me dieran mas, pues iba muy bien en la escuela. Me comparaba con gente que iba reprobando y a cambio de sólo pasar, les ofrecían muchas cosas materiales, en fin, así pasé primaria, secundaria y prepa. No sé qué pasó en la universidad, mis limitantes eran más bien internas antes que económicas, ya tenía interiorizado el limitarme: el usar ropa super acabada antes de comprar nueva, el leer en la biblioteca antes que sacar copias, beber en casas de amigos antes que salir a bares, y eso en el mejor de los casos, porque limité mucho mi consumo de alcohol para no gastar. Y ahora trabajo, no soy millonaria pero tengo dinero, nunca había estado acostumbrada a tenerlo. En prepa, tenía que comprarme cosas como jabón para ropa o pequeñas cosas para comer/desayunar en casa, porque en la calle era muy caro, debía comprarme mi shampoo (el más barato, con regla de tres, sacaba costos por ml.), toallas sanitarias. Pero ahora, con mas solvencia, voy al super, compro no sólo shampoo mas caro, también acondicionador y crema para peinar; no sólo me compro cepillo de dientes, también compro enjuague bucal; no sólo compro jabón para ropa, también compro productos para desmancharla; mi nivel de consumismo ha aumentado considerablemente, compro muchas más cosas que antes, no es que las considere necesarias, había vivido sin ellas, sin embargo son agradables. Pero no sólo he comenzado a comprar más cosas de ese tipo, el día de hoy, hice algo que nunca había hecho, comprar algo considerable sin haber estudiado antes la posibilidad, vi unos tenis, parecían estar a buen precio, no creía necesitarlos, nunca me había pasado por la cabeza que mis tenis viejos tuvieran algo malo (aunque ya estuvieran rotos por todas partes), y aún así los compré.
En el momento de dar el dinero sentí algo positivo, como si disfrutara la posibilidad de poder hacer esa compra, sin embargo, conforme pasa el tiempo me siento culpable, aunque en mi consciente sé que no hay culpas. Es como si ese dinero tuviera que guardarlo, pero no sé para qué, el dinero va y viene, y mucho de lo que he gastado, lo he disfrutado junto a gente a la que aprecio, he ido mucho al cine, al teatro, hasta al ballete. Pero me siento culpable, sabiendo que hay tanta gente como yo hace unos meses, sin dinero y con ganas y capacidad de realizar otras actividades y disfrutarlas.
El único momento en el que no siento culpas al gastar, es cuando salgo de viaje.
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